No sé cómo me atrevo a
escribir de un personaje tan querido en Manzanares. Tal vez sea por eso.
Desde muy niña recuerdo la
escena tan frecuente en casa de mi abuela Teresa, en la calle Ancha: Don
Emiliano entrando al amplio dormitorio, ó mejor “la alcoba” y mis tías Antonia,
Pepa y Tere le recibían con alborozo. ¿Qué otras imágenes conservo de este médico
de cabecera? La de su sonrisa permanente y sus ojos brillantes, quizás cansados
de un día lleno de trabajo. Su presencia producía paz y alegría en el ambiente.
Nunca tenía prisa, sabía escuchar hasta el final para luego decir el consejo
adecuado. Mi percepción de niña era verlo como parte de la familia porque
siempre daba consuelo. Su mirada era de cariño. En casa se hablaba de él con la
cercanía y confianza del que tiene la ciencia y es humilde.
Es difícil plasmar en
palabras toda una vida de servicio al enfermo y a su familia. Hoy quiero
traerlo a mi pequeña colaboración de Siembra porque es lo que está gritando el
Papa Francisco: el acompañamiento e ir a las periferias, a las personas que nos
necesitan. Don Emiliano ha encarnado en su vida a Jesús, siendo un médico, un
maestro, un amigo.
Sí, podemos acudir a sus
escritos y aprender. Hoy yo quiero dar el testimonio de su vida con mis ojos de
la niña de entonces.
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