Lo que pretendo con estas
líneas es rendir homenaje a su madre, María Ripoll, recientemente fallecida.
Ella también era poeta.
Cuál ha sido mi asombro
cuando al volver a leer “Crimen pasional en la Plaza Roja”, premio ADONAIS
1986, descubro que dedica el capítulo ADA LOA a su madre. Me viene dado
entresacar algunos versos de ese capítulo, en los que veo ó vislumbro a nuestra
queridísima María Ripoll:
“Que la mujer era mortal, y
acaso / sea éste el milagro. /
De sus manos / se elevaban
hogueras de septiembre, y se oían / entre sus dedos risas y cantares / de
vendimiadores.” –Página 60-
Recuerdo su forma de hablar
alegre, íntima, con música en sus ojos.
(Habla
Ada Loa)
“¿Quién dijo que estábamos
solos? / Ni a solas somos solos. Otros están pasando / sobre el tiempo que pone
en torno de tus ojos / motas de polvo y miel de albaricoque.” - Página 65-
Cuánto encierran estas
bellas palabras del poeta. Yo veo la dulzura de María en su palabra y en su
mirada, que es corazón que guarda siempre a sus amigas.
Y ahora un desvelo del
poeta:
“La Plaza Roja es sólo el
corazón de quien escribe / ahora, / un acerico ó una quemadura, / los ríos
ramilletes rojos / en tu pupila azul, / y el tiempo un gris tronchado como
ceniza / innecesaria. “ -Página 69-
Federico y su madre, María,
corazón que vierte en el otro, también poetamadre.
“Las manos besadoras se
suceden / sobre tu piel. Es lluvia / lo que adquieres: tiempo y agua. / Pátina
de cereza que a tus labios / retoman y hacen
nada, / deseo de existir, luz presentida / por la frente del ciego, luz
mucho / más hermosa que la luz.” –Página 71-
Y es que los ojos de María
llevaban la luz dentro. Deseo de existir.
(Habla Ada Loa)
(…) “¡Cómo se hacía yo el
dolor bajo la fuente! / ¡Cómo la luz lavada parecía / dudar de si volver al sol
ó a ti! “ -Página 79-
Cuánto dolor en María, cuánto
vivir y seguir con la luz hacia la luz.
No me resisto a escribir un
poema completo de Federico, que suena a despedida sin querer despedirse:
“El tren del Sur me lleva /
y el del Norte / y el del Este. / Y continúo sentado en la cantina, / contigo,
/ despidiéndome./
Y llego a todos los mares a
la vez / mientras pareces triste / y yo te beso. /
Y te escribo mis tres
primeras cartas / aunque sigues / enredando tus dedos en mi pelo. /
Y de repente vuelvo y te
regalo / tres olores de mar y un pañuelito / de encaje blanco / para que me
despidas, nunca, nunca, / en el andén.”
-Página 81-
No sé si con mucho acierto
seleccioné y comenté algunos versos de Federico, pero de lo que sí estoy segura
es que su madre llevaba a la mía en el corazón y también a mi hermana Tere. Su
corazón era inmenso.
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