Siempre he pensado que el mundo
de cada uno es sagrado e irrepetible, santuario interior al que tienen acceso
quienes nosotros queremos; tenemos la llave nosotros mismos: podemos jugar a
pensar, estudiamos arte, historia, literatura, física, química,
matemáticas...Contemplamos la belleza de la Naturaleza y apreciamos grandes
obras de música, pintura, escultura, arquitectura...Somos capaces de crear un
poema o sostener una conversación. Otros: políticos, jefes de estado,
reyes...Ellos, rigen el destino de los pueblos con sus decisiones tomadas. En
algunas partes del mundo se preparan para seguir descubriendo el espacio. Cada
día se leen muchas tesis doctorales, fruto de años de estudio e investigación.
En fin, que podríamos retratar al hombre desde el
principio de su existencia y constataríamos su desarrollo cerebral conforme
avanza la humanidad.
Pero puede ocurrir que un buen día o mejor, poco a
poco, ese hombre pierde la propia llave de regir su mente y hasta los mejores
médicos no pueden entrar en ese grandioso santuario, imagen de Dios.
¿Por qué ocurre esto? Nos podemos preguntar ante
personas que hemos conocido en todo su esplendor. La respuesta está bien clara
si tenemos fe: Dios contaba con esta enfermedad para bien propio y de quienes
les rodean.
Ahora bien, el cerebro está enfermo, pero no el
corazón y es tiempo de coger nosotros la llave.
Puede ser que cuando te pongas frente a una persona
con alzheimer esté inexpresiva, ausente...Es la hora de utilizar la llave del
cariño: abrázala con ternura como a un niño, llénala de besos y sonrisas.
Ha llegado el momento de no usar las palabras: basta
tu presencia amorosa.
Yo no sé si en siglos pasados había mucha enfermedad
de este tipo o es que ahora suena por todos lados. ¿No será que la sociedad actual
necesita con urgencia que progresemos en la ciencia de amar?
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