Foto de Marisa Díaz-Pinés
Siendo una adolescente en mi
Manzanares, aprendí “Blowing in de wind”, de Bob Dylan. Nos hacía preguntas
sobre la paz, la guerra y la libertad. La respuesta se perdía en el viento.
Más tarde, jovencita, en
Londres, escuché por primera vez a John Lenon cantando “Imagine”. Construir un
mundo mejor donde haya paz.
En nuestros días, todos
conocemos a Lang Lang que empezó a tocar el piano con tres años. Ayuda a
través de su Fundación a que miles de niños tengan acceso a la música clásica.
Ha dado conciertos benéficos, ha visitado a niños enfermos para ayudarles en su
curación. Recojo unas palabras suyas: “Creo que, como músicos, nuestro mensaje
es hacer música y crear sinergias entre los corazones de las personas.
Intentaré hacer esto para apoyar la paz con toda mi pasión”.
No me resisto a hablar de dos
grandes músicos: Mozart, con su “Dona nobis pacem”, que interpreta divinamente
la voz de Julie Gaulke. Os animo a oir varias interpretaciones de corales.
Transmite un sentimiento inmenso de paz.
El otro gran músico es
Beethoven con su Novena Sinfonía. Nos detenemos en el último movimiento, basado
en la “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller, admirado por Beethoven. Sabemos
que desde 1985 es el Himno de la Unión Europea, en la versión adaptada por
Herbert Von Karajan. Desde 2021 la partitura original de la Sinfonía se
inscribió en el Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO, formando parte
de la herencia espiritual de la Humanidad.
Termino mi pequeña reflexión diciendo
que aprendí a amar la música en mi familia, con “La rosa del azafrán” y en el
coro de los capuchinos, con mi padre. Para mi decir música es decir familia. Si
queremos la paz en el mundo empecemos por nuestro hogar, por nuestros
corazones.