¡Cómo no hablar de algo que
llevo metido hasta la médula desde chiquitilla!
Mi madre me lo enseñó con
naturalidad, como todo, sin imponer. Ella iba por delante, con la vida. Aprendí
porque ella acudía a esa jaculatoria ante cualquier situación dura, difícil.
Siempre afrontaba todo con serenidad y fortaleza.
La primera vez que brotó de
mis labios, siendo una niña, fue en una noche de verano que caí al vacío de una
cueva cuya trampilla estaba abierta y no la vi. Mis padres fueron corriendo a
recogerme y -milagrosamente- no tenía ni una brecha.
La segunda vez que recuerdo,
yendo con unas amigas a una promoción rural a una aldea, en una curva nos
salimos de la carretera, caímos por un terraplén. El coche iba sin control,
traspasamos una valla…Unos hombres que iban en un camión pararon y bajaron
hacia nuestro coche. Se quedaron asombrados al ver que no nos había pasado
nada. Sólo magulladuras. Estuvimos en observación 24 horas y pudimos realizar
nuestro voluntariado.
La tercera vez que recuerdo
fue otro accidente bajando del Moncayo. El coche patinó y quedó colgado en el
precipicio. Salimos rápido. Fue otro hecho milagroso acudiendo al Corazón de
Jesús.
Podría seguir contando hechos
en los que he visto y sentido la ayuda del Corazón de Jesús. Momentos duros en
los que experimenté su cercanía, fortaleza, misericordia, ternura, comprensión,
serenidad, paz…
Vivimos momentos sociales,
políticos, familiares, sanitarios, económicos…que nos superan. ¿Qué hacer si
somos personas corrientes incapaces de cambiar el rumbo de la Historia?
Diréis que soy idealista pero
veo que no nos vamos a quedar de brazos cruzados y la primera acción positiva
del cambio es que seamos mejores. Aprendamos de esos sentimientos que alberga
el Corazón de Jesús y pidamos que los tengan, cuando los veamos en los medios,
aquellos que sí está en sus manos el cambio de la historia hacia una sociedad
más justa, más buena.